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Por fin los dos amigos vinieron a llevarlo y al conocer el relato de Gerardo, negaron que hubiesen estado durante la noche.

El hombre del reino pugna en el inconsciente, se abalanza en los sueños, crece en los éxtasis y en lucha permanente con los “yo” sucesivos que elabora la percepción condicionada, intenta­ superar el pensamiento discursivo y acceder a un estado impersonal e intemporal más allá de la vida y de la razón ordinarias.

El deseo supremo y desconocido de los hombres parece siempre haber tendido a aumentar esa conciencia trascendental”­.1

El hombre debe transformarse, de lo contrario la revolución y el progreso serán la continuidad modificada de un estado de confusión y de caos. Debe comprender que la evolución interior es posible y que existe un significado más allá y por encima del significado corriente de la vida.

Paul Arnold, que adjudica a Baudelaire una concepción palingenésica basándose en la falta de una concept concreta del poeta sobre la redención, interpreta la hiperlucidez en el mal, como la posición espiritual elegida para evitar la corrupción del alma que tiende a aliarse más intensamente a la materia. Esta tesis,6 que puede apoyarse analizando algunos poemas de las Fleurs, ha sido desestimada por Crépet que sospecha simplemente una influencia de Nerval. Lo innegable es que a través de muchos poemas –recuérdese la Invitation au voyage de los Petits poèmes en prose– Baudelaire culmina el proceso de su hiperlucidez y convierte su postulación hacia Satán, es decir hacia lo múltiple, en impulso hacia Dios o la Unidad primigenia.

Se desciende a los abismos interiores, a las profundidades del Ser; como dice Ricarda Husch, se colma en gran medida la conciencia con el contenido de lo inconsciente. Frente a la multiplicidad de la visión ordinaria, se exalta el deseo de retornar al reino de la no-individualidad, por hallar –como quería Novalis– “el camino que lleva a casa”.

El nuevo hombre que traspone los límites brumosos de la época “relativamente mítica” para penetrar en el ámbito de la historicidad, se caracteriza por su progresiva conciencia de la realidad de tres dimensiones captada a través de los sentidos comunes y por la aceptación de los conceptos tempo-espaciales que de ella se derivan. Pero ese hombre posee una tradición; trae consigo los mitos, es decir las historias sagradas, que han tenido lugar en el Gran Tiempo y que en épocas posteriores serán organizadas por los poetas.

El “Paraíso Perdido” es reencontrado en otra parte del tiempo, y la condición humana, por obra de esa singular expe­riencia, entra en contacto con la realidad primordial y recupera la perfección de los comienzos.

La totalidad es compleja porque refleja la creación por emanaciones sucesivas y es indivisible por el encadenamiento ininterrumpido de los distintos planos. El bien y el mal, Dios y Satán, son consubstanciales al hombre. Para Baudelaire, Satán no es una fuerza exterior, es una energía abstracta e inmanente que puede paralizar la voluntad y reducir su “elección”. “El cerebro bien conformado –escribe el poeta– lleva en sí dos infinitos: el cielo y el infierno; y en toda imagen de uno de esos infinitos, reconoce inmediatamente la mitad de check these guys out sí mismo”. El hombre baudelaireano, como lo quiere Sartre,5 es la interferencia de dos movimientos centrífugos y opuestos, de los cuales uno se dirige hacia arriba y otro hacia abajo. Estos movimientos a los que llama trascendencia y trasdescendencia, utilizando la terminología de Jean Wahl, no son otros que las célebres postulaciones simultáneas: una hacia Dios, otra hacia Satán”. La primera es la espiritualidad que se concreta en un deseo de “subir de grado”, la segunda es la “alegría de descender”. Baudelaire ha elegido la ascesis invertida que por los caminos del vértigo, del tedio y del orgullo puede también llegar a experimentar “la punta acerada del infinito”.

El existencialismo ha llevado al máximo esa lucidez exacerbada del hombre frente a lo ilusorio de la temporalidad. Su filosofía es la del hombre único que pretende ser responsable de su vida y de su muerte. La del hombre sin Dios cuya existencia precede a la esencia; la del ser que se construye a sí mismo sobre la foundation de una intransferible responsabilidad y de una completa libertad.

No obstante el riesgo a que alude Gerardo, veremos a la luz de los más recientes estudios, algunos de los recuerdos que más concretamente pueden haberlo influido.

Baudelaire es el hombre arrojado en el mundo. Desde su nacimiento está maldito y condenado por haber pretendido usurpar los poderes creadores del Verbo. Sobre la tierra, o para ser más exactos, en el nivel ordinario de conciencia, las salidas están clausuradas. Su thought de la redención del pecado se aparta de la concepción ortodoxa para situarse en el nivel impreciso de un oscuro pitagorismo. Baudelaire busca una desdibujada trascendencia hacia la unidad primordial.

Pero al contrario de Sartre que ve en la temporalidad de la existencia una dimensión lethal, e incapaz de superarla, se instala en esa gratuidad y acepta con horror el juego de ejercer una responsabilidad condicionada, el surrealismo entiende que esa awful experiencia de la angustia y la desesperación no es un fin en sí mismo, sino el indispensable prolegómeno para el nacimiento de un hombre nuevo.

El poeta­ “despierto” avanzó sin pausa hacia el lugar donde muere el hombre mecánico y nace el nuevo hombre al que los Evangelios comparan a una semilla capaz de crecimiento. 

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